La afirmación "Mi valor no depende del mundo, sino de Dios" significa que la autoestima y el sentido de valía de una persona provienen de su relación con lo divino, y no de las cosas materiales, el éxito o las opiniones de otras personas, que son transitorias. En la tradición cristiana, este valor es intrínseco y permanente, ya que se fundamenta en el amor incondicional de Dios, quien nos creó y nos ama por quienes somos.
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